¿Es cierto que las mujeres cobran menos?
U
no de los temas más polémicos, respecto a las políticas de retribución, hace referencia a las diferencias salariales entre hombres y mujeres, la comúnmente llamada “brecha salarial”. Esta expresión define la situación, siempre difícil de justificar, en la que una mujer cobra menos que un hombre por hacer el mismo trabajo, tener las mismas responsabilidades y alcanzar los mismos objetivos.
Desde que en Estados Unidos apareció el caso Lilly Ledbetter, operaria de una fábrica de Goodyear que después de 20 años descubrió, por medio de un anónimo, que cobraba mucho menos que tres de sus compañeros masculinos y que propició la primera ley que firmó Obama al acceder a la presidencia (“Ley Lilly Ledbetter de Restauración de un Pago Justo”), investigadores de muchas universidades y escuelas de negocio se volcaron en realizar múltiples estudios sobre el candente tema de la brecha salarial.
Para Sarah Green Carmichael, editora de la Harvard Business Review, el tema, aun siendo fascinante en sí mismo, acaba provocando una gran frustración. Hay publicaciones que analizan el impacto de la maternidad en los salarios, otras el impacto de los contratos parciales en la carrera profesional de las mujeres, incluso los hay respecto a la habilidad (o falta de ella) de negociar su retribución, pero todos parecen tener un cierto sesgo paternalista y una cierta propensión al elevar al nivel de categoría los resultados obtenidos.
Un estudio que posiblemente rompa esta tendencia es el realizado por investigadores de la Universidad de Cornell basándose en los datos del censo de EEUU desde 1950 al 2000. En él se afirma que cuando, en un área funcional de la empresa o en una profesión liberal, el número de mujeres que acceden a la misma aumenta, los salarios decrecen. El estudio compara trabajos que precisan niveles de formación, de competencias y de responsabilidad similares aun estando en áreas funcionales diferentes. En concreto, en un caso contrapone una gerencia de IT (ocupada principalmente por hombres) con una gerencia de recursos humanos (ocupada principalmente por mujeres), siendo el resultado que las tecnologías de la información perciben salarios un 27% más altos que los recursos humanos.
Para Paula England, profesora de sociología de la Universidad de Nueva York, “cuando una función laboral es ocupada por un número significativo de mujeres, esa función empieza a ser percibida como menos importante o menos compleja”. No es que las mujeres aporten menos habilidades o no se las tome en serio, simplemente es que los empleadores deciden pagar menos.
Otro ejemplo son los agentes de viajes, profesión ocupada casi totalmente por hombres en los años 50 y en la que hoy en día predominan las mujeres. La caída salarial ha sido de 47 puntos porcentuales. Lo mismo ocurrió entre los profesionales del diseño (los salarios cayeron 21%) o entre los licenciados en biología (18% menos).
El proceso también se produce a la inversa, es decir, cuando los hombres empiezan a ser mayoritarios en profesiones originalmente femeninas. La programación de ordenadores, en sus orígenes, se trataba de una profesión poco valorada y realizada por mujeres. En cuanto el número de programadores masculinos superó a los femeninos, la profesión empezó a ganar prestigio y a pagarse mejor.
Según Paula England, esta relación entre el prestigio y el género es una constante en todos los sectores y funciones, pero particularmente se aprecia más en los puestos comúnmente llamados “de cuello blanco”. Es en este segmento donde se aprecia una mayor brecha salarial.
De los 30 puestos mejor pagados, incluyendo director ejecutivo, arquitecto e ingeniero informático, 26 son dominados por hombres.
De los 30 peor pagados, incluyendo camarera, dependienta y auxiliar de guardería, 23 son dominados por mujeres.
Según una investigación realizada por Claudia Goldin, una economista de Harvard, se ha constatado que la brecha salarial se manifiesta también en profesiones en las que aún existe globalmente igual número de hombres que de mujeres. En sanidad, por ejemplo, las mujeres ganan el 71% de lo que ganan sus colegas de sexo masculino. Lo mismo sucede con las abogadas, un 82% del salario de sus compañeros. Goldin ha constatado que cada año se incorporan a estas profesiones porcentajes superiores de mujeres que de hombres. Habrá que seguir de cerca la evolución salarial de dichas profesiones porque la evolución, si no cambian las tendencias, puede ser a la baja.
A pesar de esto, muchos factores que en el pasado contribuyeron a la diferencia de salarios han disminuido o desaparecido desde la década de 1980. Las mujeres actualmente tienen tanta o más formación que los hombres y tienen casi la misma experiencia laboral. Las mujeres han alcanzado puestos de dirección y se han involucrado en la actividad sindical. Ambos cambios han ayudado a mejorar la paridad salarial.
Es posible que las mujeres, en algunos casos, elijan voluntariamente ocupaciones peor pagadas, ya sea por sentirse atraídas por el trabajo en sí o porque quieren trabajos menos exigentes al tener responsabilidades familiares fuera del trabajo. Sin embargo, muchos científicos sociales afirman que existen además otros factores, aunque son difíciles de evaluar y cuantificar, como son los prejuicios de género y la presión social, los que influyen en dichas elecciones.
Pero para Sarah Green Carmichael, la verdad que subyace en todos estos estudios es que, simplemente, no se valora a las mujeres tanto como a los hombres. Y hasta que eso cambie, a las mujeres nunca se les pagará de forma equitativa por su trabajo.
Pero, ¿cuál es la causa de dicha infravaloración? La respuesta no está, tal como apunta Sarah, en las investigaciones que se desarrollan en el ámbito de las empresas. Posiblemente el origen de la brecha salarial se tenga que buscar en otras líneas de investigación.
Yuval Noah Harari, profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en su libro De animales a dioses, una breve historia de la humanidad, analiza los orígenes de las sociedades patriarcales, las cuales sitúa en lo que llama “la Revolución Agrícola” (hace 10.000 años). Determina que su origen se produce con la aparición de organizaciones complejas que tenían la capacidad de ordenar la producción y la distribución de los recursos necesarios para la pervivencia. A partir de ese momento se produce una progresiva jerarquización de la sociedad. Las clases superiores (reyes, sacerdotes, administradores y grandes propietarios) asumieron un rol de dominio sobre el resto de la comunidad. Es en este contexto en el que Harari sitúa el origen del predominio del hombre sobre la mujer, predominio que, aunque muchas ideologías han tratado de legitimar como una expresión del “orden natural de las cosas”, ni es orden ni es natural, sino que se trata de una forma más de dominio histórico.
Pero la historia evoluciona y si miramos con cierta perspectiva lo que ha pasado este último siglo, constataremos que los roles de hombres y mujeres han experimentado (y siguen experimentando) una revolución extraordinaria. No hay que olvidar que el estudio de Sarah Green Carmichael solo se basa en datos que van desde los años 50 a los 2000. Y que, aunque la brecha de género es todavía importante, los acontecimientos se han precipitado a una velocidad vertiginosa.
En 1913 en Estados Unidos se consideraba que conceder el derecho de voto a las mujeres era una afrenta; que la posibilidad de que hubiera una mujer ministra o juez del Tribunal Supremo era simplemente ridícula; que la homosexualidad era un tema tabú. Sin embargo, en 2013 el derecho de voto de las mujeres se da por sentado; apenas es motivo de comentario que haya ministras; y cinco jueces del Tribunal Supremo de Estados Unidos, tres de los cuales son mujeres, deciden a favor de legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo.
Estos cambios espectaculares son precisamente los que hacen que cuando hablemos de la brecha de género, la veamos como algo que también está en evolución. Para algunos, sin duda, lo hace de forma demasiado lenta, mientras que para otros todo ocurre de forma excesivamente rápida. Lo único incuestionable es que evoluciona.